El Sr. Ramón Solé, que fue muy amigo del profesor Fassman durante muchos años, nos ha permitido entrar en su casa para hacer una fotografía de los dos cuadros que el profesor pintó en la década de los sesenta y que regaló a su familia.
Los tres hijos varones de José Mir Llahí y Pilar Rocafort Porredon tuvieron una estrecha relación con la pintura durante toda su vida. Para Luis, el hermano menor, de profesión maestro y de vocación bohemio, la pintura era un modo de expresar sus sentimientos y reflexiones. No pudo soportar el enclaustramiento en los valles pallareses y un día dejó su plaza de maestro en un pueblo de estas montañas y se fue a Barcelona a pintar. Pero la ciudad tampoco le proporcionaba eso que sólo él sabía que estaba buscando. Se embarcó hacia Tanger y allí vivió durante una larga época sin que sus más allegados supieran dónde ni cómo. Volvió a Barcelona enfermo y fue ingresado en el sanatorio de Santa Coloma de Gramanet donde vivió varios años dejando sus murales en la capilla. Nunca se preocupó por vender sus obras y, hoy por hoy, resulta prácticamente imposible rastrear las que regaló. Quedó en la casa de su hermano, Fassman, una acuarela en la que puede apreciarse, además de la corrección técnica y el dominio del color, su capacidad de interiorizar la vida y costumbres de su gente. Con sobriedad pallaresa, la escena nos habla del silencio, la soledad, el trabajo de hombres y mujeres mimetizados con sus montañas.
Eusebio, el mayor de los varones, vivió siempre en su mundo subjetivo y casi siempre a greñas con la realidad. Tenía facultades geniales. Ejerció de sastre en Sort y aún vive quien recuerda que cuando un cliente le encargaba un traje, Eusebio le miraba de arriba abajo con detenimiento durante unos minutos y luego le espetaba la fecha en que estaría listo el encargo. Sólo el que acudía a él por primera vez le preguntaba si no iba a tomarle las medidas. Sus clientes sabían que no tomaba medidas jamás. Tenía a sus ojos por más fiables que cualquier cinta métrica y no se equivocaba. Sus trajes sentaban a la perfección aún cuando el cliente tuviese un defecto físico.
Eusebio, el mayor de los varones, vivió siempre en su mundo subjetivo y casi siempre a greñas con la realidad. Tenía facultades geniales. Ejerció de sastre en Sort y aún vive quien recuerda que cuando un cliente le encargaba un traje, Eusebio le miraba de arriba abajo con detenimiento durante unos minutos y luego le espetaba la fecha en que estaría listo el encargo. Sólo el que acudía a él por primera vez le preguntaba si no iba a tomarle las medidas. Sus clientes sabían que no tomaba medidas jamás. Tenía a sus ojos por más fiables que cualquier cinta métrica y no se equivocaba. Sus trajes sentaban a la perfección aún cuando el cliente tuviese un defecto físico.
Eusebio vivió la guerra tan a su manera como todo lo demás. Fue por el Pallars con el pañuelo rojo de la FAI al cuello, pero más por espíritu aventurero que por convicciones ideológicas. Terminada la guerra, superó la depuración y se estableció en Barcelona. Inventó un patrón revolucionario que él mismo se dedicó a vender por toda España y que probablemente le habría enrriquecido, pero no era esa su ambición. Eusebio vendía su patrón para cubrir las necesidades básicas de su familia, pero para cubrir sus necesidades vitales, se dedicaba a pintar. Pasaba meses pintando encerrado en su estudio hasta que se acababa el dinero y tenía que volver a vender. A vender su patrón, porque no hubo manera de convencerle de que vendiera sus cuadros. Eusebio pintaba paisajes en los que el color delata la profunda penetración de su mirada. Tal vez fuera su orgullo el que no permitía que pusieran precio a las extraordinarias facultades de sus ojos.
Fassman también pintaba, pero la pintura era para él un pasatiempo, un medio de liberar la tensión que le producía el espectáculo y, más tarde, las consultas y los cursos. Su pintura nunca tuvo ambición ni pretensiones de ningún tipo aunque pintaba casi a diario estuviera donde estuviera. Durante sus giras, el caballete se plantaba en las habitaciones de los hoteles al mismo tiempo que se deshacían las maletas. Tampoco pensó nunca en vender un cuadro. En cuanto daba uno por terminado lo regalaba a sus amigos y empezaba otro sin volver a pensar en el anterior. Hay cuadros suyos en América y en varias provincias de España.
Hoy podemos ofrecerles dos paisajes del profesor gracias a su amigo de Sort, Ramón Solé, conocido en el pueblo como el Tintoré. Ramón fue amigo de Fassman durante muchos años, compañero del juego de cartas que aquí llaman "butifarra" y de tertulias en las noches estivales. Fassman le regaló estos dos cuadros que el Tintoré aún tiene colgados con orgullo en su casa.
Sobre la afición del profesor a la pintura, nos llega también un testimonio del profesor Marín, quien ha colaborado en varias ocasiones enviándonos recuerdos del que fue su profesor y amigo.
Nos dice el profesor Marín: "El profesor Fassman, cuando vivia en la casa del Dr. Ferrandiz, en una de las habitaciones, concretamente en su dormitorio, mientras asistía al curso que yo hice con él, iba pintando en una de las paredes un mural precioso y, de vez en cuando, venía a visitarlo un hermano suyo que era su vivo retrato. Eran extraordinariamente parecidos, como si fueran gemelos, y su hermano tambien añadia pinceladas y se consultaban sobre la pintura."
El profesor Marín sigue presentando su espectáculo de mentalismo e hipnosis y tiene un programa de televisión que puede verse en http://telemagik.com/
Gracias, Ramón Solé, por habernos permitido exponer estas muestras de un pasatiempo que el profesor Fassman practicó con pasión. Y gracias otra vez al profesor Marín por su nueva áportación.
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