El primero de mayo amaneció radiante. El grupo de hombres que se encarga, por afición, de preparar la calderada -tradicional comida popular del martes de Carnaval en el Riuet de Sort-, subió a Casa Fassman para preparar el almuerzo. Subió también David Mendoza, el joven para el que un jardín es el soporte sobre el que puede crearse una obra de arte. Mientras los hombres, tocados con la barretina pallaresa –la misma gorra catalana, pero de color morado en vez de rojo-, encendían el fuego en el que se asarían las costillas de tres corderos, David removía tierra y piedras para volver a arrancarle a la fuente el agua en cascada que fascinaba a Pep de Mariot. Albert Salvadó llegó temprano y enseguida encontró su lugar entre los hombres de la calderada que le aceptaron en el acto como si fuera uno más. Luis, ya veterano ayudante en las costellades de Casa Fassman, forraba las mesas con manteles de papel y las adornaba con botellas de vino. Ana y María iban de un lado a otro para lo que hiciera falta. Se vivía el trasiego previo al gran momento de la ceremonia, pero sin nervios. Era el día de la gran fiesta, esperada con ansia, pero también con serenidad.
En la sala de casa Fassman, sobre el dintel de la chimenea, esperaban las cenizas de José, mezcladas para siempre con las de su madre. Los dos habían vuelto a su pueblo después de muchos años de ausencia. Dos amigos de la casa, Juan Ortiz y Mario Sala, les habían traído de Barcelona el día anterior, 30 de abril, entrando al pueblo a las seis de la tarde, hora del nacimiento de José, cien años antes, y, por el cambio de horario, hora también de la muerte de Pilar Rocafort el 30 de abril de 1966.
Fue llegando la gente; amigos, conocidos del pueblo, forasteros. El taxi de Josep Colom fue trayendo en varios viajes a quienes no podían hacer a pie el kilómetro que separa a Casa Fassman del pueblo. Llegó Agustí Lòpez, el alcalde, y Vicenç Mitjana, el presidente del Consell Comarcal. Y, finalmente, llegó Mosén Toni, el cura, que venía de decir misa en otro pueblo de estas montañas.
A las 13:30 callaron las tertulias. María, acompañada por Ana, salió de la casa llevando la urna hasta una mesa colocada frente a la fuente. Allí, en una pequeña plazoleta rodeada de piedras entre dos pinos marítimos que marcan su entrada, Agustí y Vincenç pronunciaron discursos muy breves y María sólo pudo decir “gracias”. Todos bajaron entonces para dejarle el lugar al mosén. Mosén Toni, revestido de blanco, leyó unos versículos del Evangelio de San Juan y dirigió unas plegarias. Para algunos de los asistentes, el sacerdote representaba a la Iglesia en la que Pilar Rocafort militó con una fe profunda, una caridad auténticamente cristiana y una esperanza que le permitió dejar la vida con la ilusión de alcanzar la felicidad eterna; la Iglesia de la que José nunca quiso apartarse y cuya bendición aceptó en sus últimos momentos. Para otros, el sacerdote representaba el ansia perpetua y universal de los mortales por trascender el mundo conocido y unirse al orden sobrenatural que el alma intuye en su afán de sobrevivir a la materia. En los brazos de Mosén Toni, extendidos al cielo, revivían los brazos de todos aquellos que, de milenio en milenio, han consagrado su vida a hacer de intermediarios entre los dioses y los mortales. Ese rito, grabado de modo indeleble en la memoria colectiva, permitió a todos, fueran cuales fuesen sus creencias, vivir esos momentos con devoción.
Y llegó el momento esperado durante muchos años de trabajos y esfuerzo. Ana escaló sin dificultad las piedras que conducen al parterre que rodea el sencillo monumento a Fassman. Desde allí tendió la mano a María que, gracias a su ayuda, consiguió subir con la urna bajo un brazo. María iba a depositar la urna en la tierra cuando comprobó que David había cavado un hoyo muy profundo y que sus brazos no llegaban al final. Los brazos de Ana, más largos, sí llegarían. Ana tomó la urna que María le entregaba y la puso suavemente en la tierra. También había sido suyo el honor, diecisiete años atrás, de susurrar al oído de José las últimas palabras que escuchó antes de cerrar los ojos para siempre.
Toni Grases captó el momento más importante en esta fotografía.
Y allí quedaron las cenizas de José y de su madre esperando que la lluvia deshaga la endeble celulosa de la urna para mezclarse con su tierra y seguir viviendo en las raíces de las plantas y las flores que crecen en ella.
Sin transición, María se dirigió a la gente para pedirles que hicieran lo que a José más le gustaba que hicieran los amigos en su casa: comer, beber y divertirse. Todos captaron la alegría del momento, la alegría del triunfo. Se hicieron corrillos; se hizo la cola para recoger costillas y ensalada; se llenaron de comensales las mesas, el cenador y los bancales. Bajo la sombra de los pinos, las acacias, los almeces y los fresnos, Casa Fassman volvió a vivir una de esas tardes en que José, rodeado de sus amigos, sentía la emoción indescriptible de ver su sueño realizado gracias a su esfuerzo, gracias al poder de su voluntad.
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El mundo entero está sufriendo las consecuencias de la crisis económica. En estos momentos nos parece oportuno señalar que los actos de conmemoración del centenario del profesor Fassman supusieron un gasto insignificante para los contribuyentes.
El ayuntamiento de Sort pagó algunos carteles y los anuncios de los actos, el alojamiento de las cuatro personas que participaron desinteresadamente en la presentación y el espectáculo, y el transporte a Casa Fassman de las personas que no podían subir a pie. El Consell Comarcal se comprometió a contribuir con la mitad de estos gastos. El ayuntamiento cedió, además, el local del teatro y las mesas y sillas que se utilizaron en la costellada.
Sebastià D’Arbó, Albert Salvadó, Magic Fabra y el profesor Marín participaron en los actos sin cobrar y sólo se les proporcionó el alojamiento.
El traslado de las cenizas, la cena de la presentación y el almuerzo en Casa Fassman corrieron a cargo exclusivamente nuestro. También eran nuestras las flores que depositamos en el monumento, pero ese ramo que empezó estando solo, pronto tuvo la compañía de otras flores que trajeron algunos amigos del pueblo y Magic Fabra.
Gracias a todos.
Sin transición, María se dirigió a la gente para pedirles que hicieran lo que a José más le gustaba que hicieran los amigos en su casa: comer, beber y divertirse. Todos captaron la alegría del momento, la alegría del triunfo. Se hicieron corrillos; se hizo la cola para recoger costillas y ensalada; se llenaron de comensales las mesas, el cenador y los bancales. Bajo la sombra de los pinos, las acacias, los almeces y los fresnos, Casa Fassman volvió a vivir una de esas tardes en que José, rodeado de sus amigos, sentía la emoción indescriptible de ver su sueño realizado gracias a su esfuerzo, gracias al poder de su voluntad.
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El mundo entero está sufriendo las consecuencias de la crisis económica. En estos momentos nos parece oportuno señalar que los actos de conmemoración del centenario del profesor Fassman supusieron un gasto insignificante para los contribuyentes.
El ayuntamiento de Sort pagó algunos carteles y los anuncios de los actos, el alojamiento de las cuatro personas que participaron desinteresadamente en la presentación y el espectáculo, y el transporte a Casa Fassman de las personas que no podían subir a pie. El Consell Comarcal se comprometió a contribuir con la mitad de estos gastos. El ayuntamiento cedió, además, el local del teatro y las mesas y sillas que se utilizaron en la costellada.
Sebastià D’Arbó, Albert Salvadó, Magic Fabra y el profesor Marín participaron en los actos sin cobrar y sólo se les proporcionó el alojamiento.
El traslado de las cenizas, la cena de la presentación y el almuerzo en Casa Fassman corrieron a cargo exclusivamente nuestro. También eran nuestras las flores que depositamos en el monumento, pero ese ramo que empezó estando solo, pronto tuvo la compañía de otras flores que trajeron algunos amigos del pueblo y Magic Fabra.
Gracias a todos.
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