En 1981, el profesor empezó a dictar unas notas sobre su vida con la intención de utilizarlas en su autobiografía. Esas notas pasaron, años después, por una peripecia rocambolesca. Hoy hemos decidido dar a la luz algunas de esas notas en episodios narrados que iremos incluyendo en RadioCafé de Sort, respetando al máximo el estilo casi lacónico en que el profesor las dictó. Puede darse el caso de que algunos de los oyentes de nuestro podcast reconozca las frases del profesor por haberlas leído en un libro publicado por la Hormiga de Oro a finales de 1991, edición que fue sufragada por un particular. Esto nos obliga a explicar cual fue el origen de ese libro y qué sucedió con él.
A finales de los ochenta, el profesor Fassman recibió, en su casa de Sort, la visita de una pareja de mediana edad que venía recomendada por una tercera persona. Esta pareja, marido y mujer, ofrecía unos servicios muy particulares. El marido, pintor, hacía el retrato al óleo del cliente, mientras la mujer, escritora, escribía su biografía. El profesor les recibió con la cálida hospitalidad con que recibía a cualquiera que se acercara a su casa -fuera alumno, amigo, conocido o desconocido- enseñándoles los alrededores y permitiéndoles hacer cuantas fotografías quisieron. Aceptó los servicios del hombre, lo que se tradujo con el tiempo en un retrato al óleo, pero no pudo aceptar los servicios de la escritora porque, como le dijo, él ya tenía escrita su autobiografía desde 1981.
Años más tarde, pocos meses después del fallecimiento del profesor, apareció el libro "Un hombre llamado Fassman," publicado por la Hormiga de Oro. En la introducción, la autora del libro presentaba el contenido como la memorias del profesor Fassman obtenidas por ella a tráves de largas conversaciones con el profesor. El texto llevaba intercalados párrafos en cursiva en los que el profesor narraba en primera persona ciertas anécdotas de su vida y aportaba algunas reflexiones.
En cuanto el libro cayó en nuestras manos nos dimos cuenta de que se había utilizado el material del manuscrito de 1981. El profesor Fassman guardaba una copia en su despacho y, después de su fallecimiento, esa copia había desaparecido. En aquel momento, no dimos importancia a la desaparición porque supusimos que se la había llevado un familiar cercano y porque se trataba de una copia. El manuscrito original, con anotaciones de puño y letra del profesor Fassman, había estado siempre en nuestra casa.
Interpusimos una denuncia por sustracción de la copia y plagio. No nos movió en ese momento el que alguien quisiera lucrarse con el nombre de Fassman. Esa escritora no era la primera que lo intentaba ni sería la última. Al fin y al cabo, la sociedad en que vivimos impone unas exigencias durísimas y cada cual tiene derecho a ganarse la vida como quiera y pueda siempre que no conculque derechos ajenos. Lo que nos indignó y nos llevó a actuar en el acto fueron las correcciones y las interpolaciones introducidas por la escritora.
Como explicamos en "Quién era Fassman," el profesor había encargado la redacción de sus notas a su hija. El profesor nunca quiso publicar el manuscrito resultante porque sabía que no era más que una recopilación de anécdotas poco significativas y apenas ligadas que en ningún caso permitirían al lector aproximarse a su personalidad, entender sus actos, seguir su pensamiento. Y no podía ser de otra manera porque el profesor no quería publicar nada que pudiese incomodar a personas que aún estaban vivas. Esto dejaba fuera cualquier referencia a su vida privada. Eliminado el ámbito donde una persona se da a conocer con mayor espontaneidad, sólo quedaba la imagen pública. Pero hasta esa imagen salía desvirtuada por todo lo que el profesor se quería reservar.
"Un hombre llamado Fassman" se basaba únicamente en el contenido del manuscrito sin ofrecer información adicional alguna. Las correcciones introducidas a la notas de mi padre, citadas en primera persona, le atribuían un lenguaje ampuloso que nunca fue su modo de decir. La narración seguía la línea del manuscrito, pero con interpolaciones poéticas que edulcoraban el texto original, frases manidas que lo vulgarizaban y errores gramaticales y de ortografía que lo convertían en una chapuza.
En cuanto la denuncia fue notificada a la escritora, el marido se presentó en mi casa y me pidió que le enseñara las pruebas que pensaba presentar para sostener mi acusación. Le enseñé el manuscrito original con las notas de puño y letra de mi padre. Al día siguiente, el familiar que se había llevado la copia del despacho de mi padre, la había entregado a la escritora para que introdujera algunos cambios y había sufragado la publicación de "Un hombre llamado Fassman," se comprometió a retirar todos los ejemplares que se estaban vendiendo en el local de la Hormiga de Oro en Barcelona. Por respeto a la memoria de mi padre, no quise llevar el asunto más lejos. Los ejemplares se retiraron. Quedan por ahí los que ya se habían vendido y copia de uno de ellos ha vuelto a nuestras manos por cortesía de Genoveva Puiggrós que lo compró hace años en una librería de viejo.
Quien tenga el libro sabrá el nombre de la escritora. No queremos mencionarlo en esta entrada porque, al fin y al cabo, la señora no hizo otra cosa que realizar un trabajo y percibir los justos honorarios. El marido alegó que ella desconocía la procedencia del manuscrito que se le entregó y no tenemos por qué dudarlo. Por otra parte, la escasa calidad del trabajo no significa que la señora no pudiera escribir algo mejor. Bien le salió tomando en cuenta que el profesor falleció en el mes de junio y el libro se publicó en el mismo año. Por nuestra parte no queda sentimiento negativo alguno hacia esta profesional.
Y como no hay mal que por bien no venga -dice la sabiduría popular- a lo que el profesor agregaría, si uno sabe extraer de un mal, un bien, aquellas notas que dictó pasan ahora a formar parte de un podcast que él ya no puede grabar con su voz, pero que otra voz lee respetando su modo de decir, lacónico, preciso. Finalmente saldrá su biografía tan completa como sea posible, pero también, carambola del destino, saldrán esas notas que sólo pecaban por defecto, incompletas para no molestar a los demás.
A finales de los ochenta, el profesor Fassman recibió, en su casa de Sort, la visita de una pareja de mediana edad que venía recomendada por una tercera persona. Esta pareja, marido y mujer, ofrecía unos servicios muy particulares. El marido, pintor, hacía el retrato al óleo del cliente, mientras la mujer, escritora, escribía su biografía. El profesor les recibió con la cálida hospitalidad con que recibía a cualquiera que se acercara a su casa -fuera alumno, amigo, conocido o desconocido- enseñándoles los alrededores y permitiéndoles hacer cuantas fotografías quisieron. Aceptó los servicios del hombre, lo que se tradujo con el tiempo en un retrato al óleo, pero no pudo aceptar los servicios de la escritora porque, como le dijo, él ya tenía escrita su autobiografía desde 1981.
Años más tarde, pocos meses después del fallecimiento del profesor, apareció el libro "Un hombre llamado Fassman," publicado por la Hormiga de Oro. En la introducción, la autora del libro presentaba el contenido como la memorias del profesor Fassman obtenidas por ella a tráves de largas conversaciones con el profesor. El texto llevaba intercalados párrafos en cursiva en los que el profesor narraba en primera persona ciertas anécdotas de su vida y aportaba algunas reflexiones.
En cuanto el libro cayó en nuestras manos nos dimos cuenta de que se había utilizado el material del manuscrito de 1981. El profesor Fassman guardaba una copia en su despacho y, después de su fallecimiento, esa copia había desaparecido. En aquel momento, no dimos importancia a la desaparición porque supusimos que se la había llevado un familiar cercano y porque se trataba de una copia. El manuscrito original, con anotaciones de puño y letra del profesor Fassman, había estado siempre en nuestra casa.
Interpusimos una denuncia por sustracción de la copia y plagio. No nos movió en ese momento el que alguien quisiera lucrarse con el nombre de Fassman. Esa escritora no era la primera que lo intentaba ni sería la última. Al fin y al cabo, la sociedad en que vivimos impone unas exigencias durísimas y cada cual tiene derecho a ganarse la vida como quiera y pueda siempre que no conculque derechos ajenos. Lo que nos indignó y nos llevó a actuar en el acto fueron las correcciones y las interpolaciones introducidas por la escritora.
Como explicamos en "Quién era Fassman," el profesor había encargado la redacción de sus notas a su hija. El profesor nunca quiso publicar el manuscrito resultante porque sabía que no era más que una recopilación de anécdotas poco significativas y apenas ligadas que en ningún caso permitirían al lector aproximarse a su personalidad, entender sus actos, seguir su pensamiento. Y no podía ser de otra manera porque el profesor no quería publicar nada que pudiese incomodar a personas que aún estaban vivas. Esto dejaba fuera cualquier referencia a su vida privada. Eliminado el ámbito donde una persona se da a conocer con mayor espontaneidad, sólo quedaba la imagen pública. Pero hasta esa imagen salía desvirtuada por todo lo que el profesor se quería reservar.
"Un hombre llamado Fassman" se basaba únicamente en el contenido del manuscrito sin ofrecer información adicional alguna. Las correcciones introducidas a la notas de mi padre, citadas en primera persona, le atribuían un lenguaje ampuloso que nunca fue su modo de decir. La narración seguía la línea del manuscrito, pero con interpolaciones poéticas que edulcoraban el texto original, frases manidas que lo vulgarizaban y errores gramaticales y de ortografía que lo convertían en una chapuza.
En cuanto la denuncia fue notificada a la escritora, el marido se presentó en mi casa y me pidió que le enseñara las pruebas que pensaba presentar para sostener mi acusación. Le enseñé el manuscrito original con las notas de puño y letra de mi padre. Al día siguiente, el familiar que se había llevado la copia del despacho de mi padre, la había entregado a la escritora para que introdujera algunos cambios y había sufragado la publicación de "Un hombre llamado Fassman," se comprometió a retirar todos los ejemplares que se estaban vendiendo en el local de la Hormiga de Oro en Barcelona. Por respeto a la memoria de mi padre, no quise llevar el asunto más lejos. Los ejemplares se retiraron. Quedan por ahí los que ya se habían vendido y copia de uno de ellos ha vuelto a nuestras manos por cortesía de Genoveva Puiggrós que lo compró hace años en una librería de viejo.
Quien tenga el libro sabrá el nombre de la escritora. No queremos mencionarlo en esta entrada porque, al fin y al cabo, la señora no hizo otra cosa que realizar un trabajo y percibir los justos honorarios. El marido alegó que ella desconocía la procedencia del manuscrito que se le entregó y no tenemos por qué dudarlo. Por otra parte, la escasa calidad del trabajo no significa que la señora no pudiera escribir algo mejor. Bien le salió tomando en cuenta que el profesor falleció en el mes de junio y el libro se publicó en el mismo año. Por nuestra parte no queda sentimiento negativo alguno hacia esta profesional.
Y como no hay mal que por bien no venga -dice la sabiduría popular- a lo que el profesor agregaría, si uno sabe extraer de un mal, un bien, aquellas notas que dictó pasan ahora a formar parte de un podcast que él ya no puede grabar con su voz, pero que otra voz lee respetando su modo de decir, lacónico, preciso. Finalmente saldrá su biografía tan completa como sea posible, pero también, carambola del destino, saldrán esas notas que sólo pecaban por defecto, incompletas para no molestar a los demás.
1 comentario:
Si. Interesante historia. Poseo un ejemplar de ese libro plagiado, biografía "no oficial" que conseguí a través de muchas peripecias desde España a México. Concedo que el estilo es algo curioso y contrasta con lo que sabemos del llorado Profesor Fassman. Así que es con gusto que leeré la biografia que con amor entrañable prepara su hija María y colaboradores.
Dr. Luis David Guzmán Moreno, México
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