La voz apremiante de mi madre me devolvió al vestíbulo vacío que aquella noche debía estar iluminado, pero que siempre he recordado en penumbra. No habíamos llegado pronto. Habíamos llegado tarde y el espectáculo ya había empezado. Los ojos apenas se me detuvieron un instante en las luces de escenario. Toda mi atención se fue a las filas de butacas vacías que íbamos recorriendo. Se me encogió el corazón. Hubiera querido quedarme al fondo, en la parte más oscura, donde pude distinguir unas tres o cuatro cabezas, pero el acomodador y mi madre no se detuvieron hasta llegar a la tercera fila del centro. El anciano vestido con una vieja túnica de mandarín nos miró desde el escenario. Nos miró también la única ayudante, vestida con una túnica raída, arrugada, algo sucia. Me sentí como si el espectáculo fuéramos mi madre y yo, como si a los del escenario les produjera asombro que estuvieramos allí El dolor que me causó aquella imagen de decadencia y fracaso grabó ese primer instante en mi memoria y ya no pude recordar más tarde ni los números anticuados ni los instrumentos desportillados ni la entrevista que tuvimos después del espectáculo. De la cara de Chang sólo se me quedó la profunda tristeza con que miraban sus ojos orientales.
Uno o dos años más tarde, volví a ver el nombre de Chang en una carta que recibí de mi padre. Sus cartas me contaban siempre lo que hacía y venían acompañadas de algún recorte de prensa y de folletos de conferencias o de sus cursos en Suramérica. La que mencionaba a Chang me sorprendió. El profesor Fassman ya había empezado sus cursos de Dinámica Mental y se había retirado de los escenarios. En esa me decía, sin embargo, que se estaba presentando con Chang en el Teatro Barcelona de la ciudad condal. Se me encogió el corazón. ¿Qué le habría sucedido a mi padre para tener que participar de pronto en un espectáculo de ilusionismo con el anciano derrotado que yo había conocido en Puerto Rico? No pregunté nada, por supuesto. Años después, la esposa de mi padre me contó una anécdota que me conmovió. Estando de paso en Panamá, mi padre se había encontrado con un viejo amigo, el mago Chang, un mago que había sido muy famoso, pero que en aquellos momentos estaba enfermo y sin trabajo. Fassman contrató a Chang, le trajo a España, montó un espectáculo, se presentó con él en el teatro Barcelona para que Chang volviera a disfrutar del triunfo y le trajo a Sort para que disfrutara de una vaciones.
Hay que recordar que la televisión fue restando público a los teatros y a los cines. Los espectáculos de magia y mentalismo acusaron más el golpe, podría decirse que en proporción directa a la pérdida de la inocencia por parte del público. Magos y mentalistas empezaron a sufir muy pronto la dolorosa experiencia de actuar en teatros casi vacíos, sin que tuviera nada que ver su calidad profesional. Chang fue uno de los magos más importantes de su tiempo y las circunstancias que tuvo que compartir con tantos otros al final de su carrera, no han conseguido hasta hoy empañar su fama en la historia del ilusionismo.
Gracies amigo Llácer por brindarme la oportunidad de adelantar esta nota biográfica. La vida del profesor estuvo salpicada de anécdotas de este tipo. Ayudar a un amigo en apuros era para él una obligación y muchas veces se implicaba personalmente ayudando de un modo muy original.
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