Acabo de grabar una entrevista para el programa “Atrévete” de Cadena Digital que se emitirá algún día de esta semana. Fue una entrevista divertida que me permitió hablar de una de las características más sobresalientes del profesor Fassman: su enorme y muy peculiar sentido del humor. Gracias a la reconocida eficiencia de Javier Cárdenas y al anecdotario humorístico del profesor, nos lo pasamos muy bien y creemos que también se divertirán los oyentes que la escuchen. Sin embargo, surgieron dos asuntos muy serios que necesitan explicación.En un momento de la entrevista, Cárdenas me preguntó si mi padre había predicho su propia muerte. Contesté con un rotundo “no” porque comprendí en el acto que no era el momento adecuado para extenderme en explicaciones. La radio tiene su tiempo y una respuesta afirmativa sin matices hubiera supuesto una frivolidad que, tratándose del fallecimiento de mi padre, me resulta, naturalmente, inaceptable. Mi padre no predijo su muerte -como publicó un diario de la provincia de Lleida en grandes titulares a los pocos días de su fallecimiento- al modo en que un futurólogo hace sus predicciones en la prensa. No dijo a nadie que se moría y me consta sin ninguna duda que todos cuantos han afirmado lo contrario se lo han inventado. Pero, ¿sabía que su hora estaba próxima aunque no lo dijera? Tenemos indicios incuestionables para afirmarlo.José Mir Rocafort, Fassman, padeció, durante nadie sabe cuánto tiempo, un cáncer osteogénico. Sufrió sus síntomas sin decírselo a nadie y sin acudir a su médico hasta que no pudo caminar. A sus ochenta y tres años decidió seguir impartiendo sus clases como si no le estuviese pasando nada, recurriendo a un bastón cuando la pierna enferma ya no le respondía. Siguió atendiendo a sus alumnos hasta en la habitación del hospital en el que estuvo ingresado unos días y siguió atendiéndolos en su casa hasta que la metástasis y los medicamentos hicieron mella en su cerebro y ya no pudo hablar. A nadie habló de su enfermedad y nunca mencionó la proximidad de su muerte. Del mismo modo en que decidió seguir trabajando, decidió guardarse lo que pensaba y lo que sentía sobre su propio fin. ¿Qué sabemos entonces? Sólo lo que pueda considerarse revelador en dos experiencias muy personales.Volví a la casa de Sort con mi familia en agosto de 1991, dos semanas después del fallecimiento de mi padre. En la sala, sobre una butaca, encontramos un periódico abierto. Era del 11 de abril, sólo una semana antes de que mi padre decidiera, finalmente, ir al médico. Nos extrañó, tanto como encontrar varias almohadas al pie de su cama, evidentemente utilizadas para levantar las piernas. ¿Pero cómo había podido mi padre conducir de Barcelona a Sort -más de tres horas de viaje- en su estado y por qué no se lo comunicó a nadie? Un amigo suyo del pueblo nos confirmó que, en efecto, mi padre le había llamado por teléfono desde Sort en la noche del 11 de abril para decirle que estaba en la casa. Quedaron en verse al día siguiente, pero no se vieron. Mi padre volvió a Barcelona al amanecer, otras tres horas de viaje y de un dolor inimaginable. ¿Por qué quiso sufrirlo para pasar una sola noche en su casa de Sort, enfermo y solo?Tardamos muy poco en encontrar la respuesta en el jardín. Junto a una fuente de piedra que está en la entrada, había un bote pequeño de pintura azul y una brocha. En una de las piedras de la fuente mi padre había pintado en grandes caracteres el nombre de su madre, Pilar, y la palabra Vida. Entendimos entonces aquel viaje relámpago, doloroso y arriesgado. Antes de permitir que los médicos le confirmaran lo que ya sabía, José Mir Rocafort había querido despedirse de su pueblo, de su casa y de la vida cuyo fin percibía. En ese momento, probablemente el más intenso de su vida, quiso rendir un último tributo a la persona que más había amado: su madre.Otra de las preguntas de Javier Cárdenas fue si mi padre creía en fantasmas y si había tenido alguna experiencia con ellos. Nuevamente hubiera necesitado más tiempo del que concede una entrevista en la radio para matizar la respuesta. El tema de la presencia visible de espíritus en el mundo de los vivos es de una complejidad que no puede despacharse con un par de anécdotas El profesor Fassman nunca se lo tomó a la ligera y nosotros queremos mantenernos fieles a su pensamiento y a su modo de hacer. El espacio de esta bitácora también es limitado y no permite tratar el tema en profundidad. Lo haremos en la biografía. Pero sí puedo adelantar aquí una respuesta a la pregunta de Cárdenas, otra vez con un testimonio personal. Tuve una larga conversación a solas con mi padre en el hospital donde fue operado por una fractura espontánea del fémur. Entre otras cosas me contó, sin ningún dramatismo, con absoluta naturalidad, que hacía varios días que, cada noche, recibía la visita de su madre.
Reportaje realizado por Laia Ruich y Aitor Marichalar para TV3, Televisión de Catalunya
miércoles, octubre 18, 2006
La despedida
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2 comentarios:
su manera de despedirse... Algo tan difícil y con dos palabras tubo suficiente
Esborronador...
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