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Reportaje realizado por Laia Ruich y Aitor Marichalar para TV3, Televisión de Catalunya

lunes, enero 19, 2009

"Los embaucadores"




A partir de hoy, ofreceremos aquí extractos de la biografía en los que aparecen temas que pueden ser de interés por diversos motivos.
Los párrafos siguientes pertenecen al capítulo 19, “Los embaucadores,” en el que se plantean los motivos de la polémica que siempre han suscitado los espectáculos de mentalismo y se analiza en profundidad, como ejemplo, el espectáculo que el profesor Fassman presentaba en los teatros.

“Desde los primeros espectáculos llamados “psíquicos” que se presentaron a finales del siglo XIX, la polémica ha perseguido siempre a los profesionales del gremio. En el caso de Fassman, llegó a cobrar una virulencia tan desproporcionada que induce a sospechar motivaciones ocultas. Durante toda su vida profesional, a Fassman le llovieron los ataques desde tres frentes: la Iglesia, los escépticos y los ilusionistas. Sobre la hostilidad de la Iglesia quedan, entre otras evidencvias, las anécdotas que el mismo Fassman contaba de pueblos en que nadie asistía a su espectáculo por haberlo prohibido el párroco. En una entrevista que referimos en un capítulo anterior, Ferran Monegal deja su propio testimonio al respecto; “Yo recuerdo a mi abuelo,” dice Monegal, “hablándome hace años de un personaje inquietante y misterioso que recorría los pueblos de la Costa Brava asombrando a las familias piadosas con su poder mental y sus facultades hipnóticas, mientras los benditos párrocos se encerraban en sus criptas, asustados por aquella demoníaca explosión del ser humano. Aquel personaje –me decía mi abuelo- se llamaba Fassman.[1]
Diecisiete años después de su fallecimiento, aún le siguen saliendo a Fassman detractores que intentan demostrar que no era más que un embaucador. Ese empeño, casi obsesivo y tan incomprensiblemente perdurable, constituye en sí mismo un fenómeno curioso que vale la pena analizar en profundidad. De los escépticos nos ocuparemos al hablar de la segunda etapa profesional de Fassman. Aquí analizaremos la hostilidad de los ilusionistas intentando encontrar una explicación a la guerra declarada desde un bando al que debería suponérsele amigo.”
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“…la principal imputación contra los mentalistas, (fue) que se anunciaran como paragnostas o dotados de facultades misteriosas, y pretendiesen hacer pasar sus números por auténticos fenómenos paranormales. ¿Pero eran realmente fraudulentos esos anuncios? Es decir, ateniéndonos a la definición de fraude, ¿faltaban a la verdad con la intención de perjudicar a las personas a quienes iban dirigidos?
Los espectáculos de ilusionismo también se han presentado desde siempre con los apelativos más fantásticos. Muchos ilusionistas afirman ser magos y, por ello, entre la mayoría de la gente, el ilusionismo es considerado sinónimo de magia. La magia, sin embargo, es un arte o una ciencia oculta –según se mire- con la que se pretende alterar leyes naturales mediante ritos u oraciones. El ilusionismo no es magia porque no pretende alterar nada ni se funda en las creencias ancestrales de la magia. El ilusionismo es una serie de técnicas mediante las cuales se hace creer que se altera el orden natural mediante efectos que engañan al ojo del espectador. A nadie se le ha ocurrido nunca polemizar sobre ese engaño ni tildarlo de fraude. Los anuncios en los que el ilusionismo se presenta como magia, y el mago como ser maravilloso con poderes sobrenaturales son innumerables. Sirven de muestra algunos que hemos tomado al azar de ejemplares del periódico La Vanguardia de los años 30, en los que aparecen los nombres de los más famosos ilusionistas que se presentaron en España en las primeras décadas del siglo XX. “Fu-manchu. Maravilloso y sensacional espectáculo oriental. Lo más interesante, lo más bello de la nigromancia. Fu-man-chu, el mago de Asia.” El “mago” de Asia era, en realidad, un ilusionista inglés hijo de un ilusionista holandés. “Comitre, alquimista de Satán y notable manipulador, convierte el agua en licores para demostrar que son verdaderos.” “Li Chang, el demonio amarillo con su fantástica revista mágica.” Li Chang, en realidad, Juan Forns Jordana, nacido en Badalona, era un excelente ilusionista célebre por un número de escapismo en el que salía en segundos de un baúl cerrado con cadenas. “Horace Goldin. El Gran Goldin. El espectáculo más sorprendente del mundo de la magia y del misterio. Presenta, entre otras maravillas: La mujer a través del cristal. La maroma india. El árabe perforado. La pesca milagrosa. Sinfonía perdida en el espacio junto con el piano y la pianista. El milagro viviente. La mujer dividida por completo por una sierra circular. Presentados por el as de los magos, Horace Goldin, el mejor ilusionista de todos los tiempos.” Si este tipo de publicidad se considera aceptable, ¿por qué entonces se acusa a los mentalistas de fraude sólo por afirmar que pueden captar el pensamiento ajeno e hipnotizar a la gente?
Cuesta comprender que por dotar a su trabajo de una aureola de misterio, como los supuestos magos, los mentalistas fueran siempre objeto de polémica y se viesen atacados, tanto por los escépticos, como por los mismos ilusionistas. Unos y otros acudían a los espectáculos con la intención de desenmascarar al mentalista, y salían revelando trucos y proclamándose defraudados. ¿Puede decirse que el mentalista defrauda al ofrecer su trabajo y su arte para entretener al espectador que, en última instancia, ha pagado para que le entretengan? Intentaremos encontrar la respuesta analizando el espectáculo de Fassman.”
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“Fassman respondía a complejas preguntas de cálculos en cuestión de segundos sin que entre él y el espectador mediara intercambio de tarjetas. Todavía hay testigos directos de aquellos números. En una reseña de La Vanguardia de 1952, el periodista Z. dice: “Muchos de los experimentos de Fassman nos eran conocidos, pero no importa; siempre entretienen, subyugan algunos de ellos, los más rápidos, aquellos cuya preparación no peca de lenta, así los fenómenos en que la memoria toma parte, que es donde Fassman nos convence más por la claridad, rapidez, justeza de muchos de sus cálculos. El profesor dedicó un recuerdo al famoso Inaudi. Lo mejor del recuerdo fue que emuló sus glorias en las puras matemáticas.”[2]
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“En el número siguiente, llamado “Reconstrucción de un crimen,” un espectador debía conducir a Fassman, al parecer mentalmente, al lugar donde había escondido un martillo, un clavo y un puñal, luego a un espectador sobre el que había dibujado una cruz con una tiza, y finalmente al centro de la cruz dirigiendo la mano de Fassman para que pusiera allí el puñal.”
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El profesor Fassman apareció en dos programas distintos de “La vida en un xip.” En el primero, que ya mencionamos, del 7 de abril de 1989, participó en un debate sobre parapsicología, compartiendo la mesa con Andreas Faber Kaiser, respetado investigador de temas esotéricos que siempre manifestó una admiración sin ambages por el profesor Fassman, y Josep María Casas Huguet, presidente de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas. Fue en este programa donde el profesor presentó el número de la “Reconstrucción de un crimen” y otro número de transmisión telepática de imágenes dibujadas en una pizarra; el mismo que había realizado en el programa “Identitats” de Josep Maria Espinás. Algunos asistentes, que se identificaron como ilusionistas, le acusaron de fraude.
En noviembre del mismo año, el profesor Fassman aceptó asistir a un segundo programa de la serie, éste dedicado a la hipnosis. Compartió mesa con dos amigos: el Dr. Ramón Sarró, célebre psiquiatra que contaba en su currículo haber sido alumno de Freud y catedrático de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Barcelona durante veinte años; y el Dr. Luis Linares de Mula, con varios doctorados y una pared del despacho empapelada con las matrículas de honor obtenidas en sus tres carreras y varias especialidades. Hablaron de la hipnosis; de su naturaleza, de las diversas explicaciones que se dan al fenómeno, de su utilidad terapéutica. En un momento del debate, de acuerdo con la dinámica del programa, se pidió al profesor Fassman que hiciera una demostración. El profesor repitió con cinco voluntarios los números de hipnosis que realizaba en el teatro y realizó una regresión hipnótica a una joven. Otra vez, había en el plató un grupo de espectadores que dijeron ser ilusionistas. Uno se levantó y empezó por referirse al programa en el que el profesor Fassman había realizado los números de telepatía, informando a la concurrencia y a los telespectadores que la “reconstrucción del crimen” era un número que hacían muchos ilusionistas, que no era más que un truco que él conocía, pero que no podía revelar por respeto a los ilusionistas que todavía lo presentaban. Eso demostraba, dijo, que eso era un “fraude y un engaño.” Es inevitable preguntarse por qué este señor negaba al profesor Fassman el respeto que decía profesar a sus colegas. ¿Porque Fassman presentaba esos números como pruebas de transmisión de pensamiento? Y los colegas de ese señor, ¿cómo los presentaban? ¿Acaso decían: “Voy a presentar un número que parece de transmisión de pensamiento, pero es truco?” ¿Por qué llamarlo fraude sólo cuando el número lo realiza Fassman? Después de la habitual acusación, el resto del grupo empezó a atacar los experimentos de hipnosis que el profesor Fassman acababa de realizar, diciendo que se trataba de un montaje. El presentador, viendo cuestionada su honestidad, preguntó a los que habían sido hipnotizados si tenían alguna relación previa con el profesor Fassman. De los cinco hipnotizados, dos señoras dijeron haber sido alumnas suyas. Los ilusionistas se aferraron al dato esgrimiéndolo como prueba de que todo respondía a un montaje previo. Se organizó una discusión airada entre quienes atacaban y quienes defendían al profesor Fassman. El profesor contemplaba, en silencio y sin inmutarse, el guirigay y los esfuerzos del presentador por demostrar que él no había tenido nada que ver. Intervino el Dr. Linares. Mencionó el éxito alcanzado por el profesor Fassman en su carrera artística; recordó cómo había dejado los escenarios cuando aún estaba en pleno apogeo; dio testimonio de los conocimientos del profesor y de la brillantez con que los impartía en sus cursos, algunos para médicos, de los cuales el propio Dr. Linares había sido alumno varias veces. Tras recordar que hacía muchos años que conocía al profesor Fassman, concluyó, rotundo: “No ha hecho de farsante en su vida.” Eso lo sabía perfectamente el que se había erigido en acusador desde el principio del programa, como lo sabían los jóvenes que le acompañaban. ¿Qué motivación pudo llevarles a acudir a un programa de televisión para desenmascarar a un hombre de ochenta años con un prestigio conquistado durante más de sesenta años de trabajo? ¿Envidia, resentimiento, un bajísimo grado de autoestima, la necesidad desesperada de aparecer un minuto en televisión? Sobre el incidente, el periodista J. Mª Baget Herms comentaba en La Vanguardia: “Está claro…que algunos asistentes al debate pretendían adquirir un protagonismo que en principio parecía reservado en exclusiva al profesor Fassman.”[3]
Durante toda su etapa artística, Fassman ayudó a muchos ilusionistas aceptando asistir a una de sus funciones y que su asistencia apareciera en la publicidad como reclamo, participando en homenajes y hasta actuando en el espectáculo del ilusionista sin cobrar. Queda constancia de este tipo de colaboraciones en las hemerotecas de todos los países en los que actuó. Elegimos aquí dos ejemplos en Barcelona: la primera vez, que sepamos, en que se anunció su asistencia al espectáculo de un ilusionista, evidentemente como reclamo, y la última vez que actuó con un ilusionista. El 10 de febrero de 1945 aparece un anuncio en La Vanguardia: “Cartex, el gran ilusionista, renueva sus éxitos en Rigat demostrando poseer el sexto sentido. En su honor asistirá el celebre profesor Fassman.” El nombre de Fassman aparece en negritas y en caracteres del mismo tamaño que los de Cartex. El 23 de junio de 1963 otro anuncio dice: “Teatro Barcelona. Clamoroso triunfo de dos figuras mundiales: Chang y Fassman. Por primera vez juntos en un grandioso espectáculo.” Como contamos en un capítulo anterior, Fassman, que acababa de retirarse de los escenarios, hizo un alto en sus cursos y consultas para ayudar a su anciano amigo.
En el último programa de “La vida en un xip,” el presentador dio por concluida la discusión volviendo a la mesa del debate para hacer las últimas preguntas a los invitados. Al profesor Fassman le preguntó primero si tenía algo que decir.
-No, no, gens[4] –contestó el profesor.
Alguien pudo adivinar en su silencio palabras que había dicho años atrás.
-Deixa’ls estar. Són uns infeliços.[5]
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“Si aceptamos…la telepatía, hay que aceptar, consecuentemente, que Fassman tenía la facultad de captar las emociones y pensamientos de otra mentes desarrollada a un grado extraordinario. La evidencia a favor de esta suposición es abrumadora. Durante los setenta y siete años en los que José Mir Rocafort exhibió en público sus facultades –tomando como punto de partida sus primeras exhibiciones por los cafés a los dieciséis años-, acumuló una cantidad ingente de anécdotas. Algunas son indemostrables y podrían atribuirse a una leyenda creada por una propaganda eficaz, pero otras sólo pueden cuestionarse desde la mala fe y sin ningún fundamento. Dice Alfredo Marquerie en el libro al que nos referimos en un capítulo anterior:
“El don de X para poder leer de verdad, sin simulación, sin vaguedad ni preparación tramposa alguna el pensamiento ajeno era de tal índole que en más de una ocasión le proporcionó serios disgustos, pues descubría detalles que a los interesados no les hacían ninguna gracia…”
Más adelante, Marquerie concluye con rotundidad:
“He conocido a tantos farsantes y simuladores en el género cultivado por X, que me hago cargo del escepticismo de la gente al no reconocer en este auténtico telépata una clara excepción. Pero podría seguir contando una inacabable serie de casos que acreditarían y aseverarían la absoluta formalidad de mis afirmaciones.”
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“Diecisiete años después de su fallecimiento, hay páginas en internet donde algunos ilusionistas fracasados y médicos mal informados aún intentan demostrar que Fassman era un fraude, poniendo de relieve la incuestionable importancia de su nombre.”


[1] Monegal, Ferran. Op. cit.
[2]Z. La Vanguardia, 13 de septiembre de 1952
[3] Baguet Herms, J. Mª. Opinión. La Vanguardia, 5 de diciembre de 1989,
[4] -No, no, nada
[5] -Déjalos, son unos infelices.


Anuncio de Horace Goldin: La Vanguardia, 24 de febrero de 1934
Anuncio de Cartex: La Vanguardia, 10 de febrero de 1945

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