Una semana después del fallecimiento del profesor Fassman, salía a página completa en una revista de parapsicología y temas relacionados, un anuncio en el que un señor afirmaba que el profesor Fassman le había "transmitido sus poderes antes de morir." Utilizando el nombre del profesor como aval, este señor invitaba a los lectores de su anuncio a matricularse en sus cursos y asistir a sus consultas. Un ex-alumno de mi padre me trajo esa revista a casa. Llamé enseguida a Andreas Faber-Kaiser, periodista de reconocido prestigio que había realizado, para la revista "Más Allá de la Ciencia", el último reportaje que el profesor Fassman concedió en vida. Faber- Kaiser publicó mi desmentido en la siguiente edición de "Más Allá..."
Fue la primera, pero no la última vez que tuve que desmentir historias de este tipo en que alguien afirmaba haber recibido "poderes" o haber sido designado por el profesor Fassman, en su lecho de muerte, como continuador de su obra. Y lo que es peor, tuve que rechazar ofertas de personas que me pedían, a cambio de dinero, que asegurara que mi padre les había transmitido sus poderes. La verdad es que esa actividad que se desató en las semanas siguientes a su fallecimiento no nos extrañó. El profesor Fassman sabía y predijo que muchos intentarían utilizar su nombre para hacer negocio. Como se puede suponer, el trasiego de este tipo de personas resultó muy desagradable para la familia, pero quedó ampliamente superado por el consuelo de amigos y ex-alumnos que se acercaron sin ningún interés y con absoluta sinceridad a compartir su dolor con el nuestro. Aún les estamos agradecidos.
Como explico en otra entrada de esta bitácora, mi padre trabajó en su instituto hasta que la enfermedad consumió sus energías. Estuvo postrado desde abril al 22 de junio de 1991. Durante ese tiempo, a solas sólo habló con su esposa, la Sra. Concha Anguiano, conmigo y con nadie más. Tuvo constantes visitas de parientes, amigos y ex-alumnos, pero siempre ante algún miembro de su familia directa. En ningún momento habló de dejar a alguien su instituto o de que alguien en particular continuará su trabajo. En cuanto a sus "poderes", jamás oí a mi padre afirmar que tuviera poderes paranormales. Estaba convencido del inmenso poder de la voluntad, pero enseñaba que ese poder podía desarrollarlo cualquiera. Sabía, como no podía ser de otra manera, que tenía un extraordinario poder de sugestión, pero siempre dejó que fueran los demás los que se lo atribuyeran. Como dotado, Fassman vivió un sin número de experiencias que hoy por hoy no admiten una explicación científica. Cuando alguien le pedía que explicara alguna de ellas, como por ejemplo José María Espinás en la entrevista que aparece en los vídeos de la web, Fassman se limitaba a decir que no tenía una explicación. Relataba esas experiencias con naturalidad y dejaba que cada cual sacara su propia conclusión de acuerdo con sus propias convicciones o creencias. Pero aún suponiendo que hubiera tenido lo que llaman "poderes", pensar que ese tipo de "poderes" pueden transmitirse a quien el dotado quiera es una soberana estupidez que nunca se le hubiera ocurrido a una inteligencia como la del profesor Fassman.
Nos han preguntado varias veces sobre lo que ocurrió con el instituto del profesor después de su fallecimiento. La respuesta es muy sencilla. El instituto estaba en un piso alquilado. La esposa del profesor decidió rescindir el contrato y entregó las llaves a la dueña del inmueble que posteriormente volvió a alquilarlo. El nuevo inquilino, Sr. Angel Gordon, me pidió que le cediera por un tiempo algunas pertenencias personales del profesor Fassman para exhibirlas en el mismo lugar en que él impartía sus cursos. Accedí como he accedido siempre a cuanto me han pedido para mantener viva la memoria de mi padre. El Sr. Gordon se comprometió a cuidar los objetos y exhibirlos con dignidad. Hasta el día de hoy ha cumplido su compromiso. Estos objetos, como todas las pertenencias del profesor, formarán parte de un museo dedicado al profesor Fassman que se inaugurará en el 2009.
Para terminar, también me han pedido mi opinión sobre la honestidad o la eficiencia de varios profesionales que se dedican a la hipnosis o a asuntos relacionados con la parapsicología. No puedo dar opinión alguna porque, sencillamente, no la tengo. No conozco el trabajo de los profesionales que ejercen en ese ámbito. Lo único que puedo decir es lo que decía el profesor Fassman al respecto. No se puede rechazar taxativamente la labor de curanderos, echadores de cartas y otros profesionales que requieren la fe de sus clientes para realizar su trabajo. El cliente que deposita en ellos su confianza puede obtener curaciones y soluciones gracias al poder de su fe activado por la sugestión del profesional. Lo único moralmente rechazable en estas profesiones es la utilización del engaño y el abuso de la debilidad y confianza del paciente para sacarle sumas de dinero desproporcionadas, a veces a sabiendas de que esa suma causará un grave perjuicio a su economía. Eso no significa que estos profesionales no deban cobrar o deban cobrar sólo lo que se les quiera dar. Toda persona tiene derecho a cobrar por su trabajo y, al igual que cualquier médico o abogado, cada cual tiene derecho a valorar su tiempo de trabajo con el precio que le parezca. Sin embargo, aprovecharse de la fe o de la sugestionabilidad de una persona para hacerle creer que el profesional tiene poderes de los cuales depende su bienestar o, incluso, su vida, entra, evidentemente, en el campo del timo.
Fue la primera, pero no la última vez que tuve que desmentir historias de este tipo en que alguien afirmaba haber recibido "poderes" o haber sido designado por el profesor Fassman, en su lecho de muerte, como continuador de su obra. Y lo que es peor, tuve que rechazar ofertas de personas que me pedían, a cambio de dinero, que asegurara que mi padre les había transmitido sus poderes. La verdad es que esa actividad que se desató en las semanas siguientes a su fallecimiento no nos extrañó. El profesor Fassman sabía y predijo que muchos intentarían utilizar su nombre para hacer negocio. Como se puede suponer, el trasiego de este tipo de personas resultó muy desagradable para la familia, pero quedó ampliamente superado por el consuelo de amigos y ex-alumnos que se acercaron sin ningún interés y con absoluta sinceridad a compartir su dolor con el nuestro. Aún les estamos agradecidos.
Como explico en otra entrada de esta bitácora, mi padre trabajó en su instituto hasta que la enfermedad consumió sus energías. Estuvo postrado desde abril al 22 de junio de 1991. Durante ese tiempo, a solas sólo habló con su esposa, la Sra. Concha Anguiano, conmigo y con nadie más. Tuvo constantes visitas de parientes, amigos y ex-alumnos, pero siempre ante algún miembro de su familia directa. En ningún momento habló de dejar a alguien su instituto o de que alguien en particular continuará su trabajo. En cuanto a sus "poderes", jamás oí a mi padre afirmar que tuviera poderes paranormales. Estaba convencido del inmenso poder de la voluntad, pero enseñaba que ese poder podía desarrollarlo cualquiera. Sabía, como no podía ser de otra manera, que tenía un extraordinario poder de sugestión, pero siempre dejó que fueran los demás los que se lo atribuyeran. Como dotado, Fassman vivió un sin número de experiencias que hoy por hoy no admiten una explicación científica. Cuando alguien le pedía que explicara alguna de ellas, como por ejemplo José María Espinás en la entrevista que aparece en los vídeos de la web, Fassman se limitaba a decir que no tenía una explicación. Relataba esas experiencias con naturalidad y dejaba que cada cual sacara su propia conclusión de acuerdo con sus propias convicciones o creencias. Pero aún suponiendo que hubiera tenido lo que llaman "poderes", pensar que ese tipo de "poderes" pueden transmitirse a quien el dotado quiera es una soberana estupidez que nunca se le hubiera ocurrido a una inteligencia como la del profesor Fassman.
Nos han preguntado varias veces sobre lo que ocurrió con el instituto del profesor después de su fallecimiento. La respuesta es muy sencilla. El instituto estaba en un piso alquilado. La esposa del profesor decidió rescindir el contrato y entregó las llaves a la dueña del inmueble que posteriormente volvió a alquilarlo. El nuevo inquilino, Sr. Angel Gordon, me pidió que le cediera por un tiempo algunas pertenencias personales del profesor Fassman para exhibirlas en el mismo lugar en que él impartía sus cursos. Accedí como he accedido siempre a cuanto me han pedido para mantener viva la memoria de mi padre. El Sr. Gordon se comprometió a cuidar los objetos y exhibirlos con dignidad. Hasta el día de hoy ha cumplido su compromiso. Estos objetos, como todas las pertenencias del profesor, formarán parte de un museo dedicado al profesor Fassman que se inaugurará en el 2009.
Para terminar, también me han pedido mi opinión sobre la honestidad o la eficiencia de varios profesionales que se dedican a la hipnosis o a asuntos relacionados con la parapsicología. No puedo dar opinión alguna porque, sencillamente, no la tengo. No conozco el trabajo de los profesionales que ejercen en ese ámbito. Lo único que puedo decir es lo que decía el profesor Fassman al respecto. No se puede rechazar taxativamente la labor de curanderos, echadores de cartas y otros profesionales que requieren la fe de sus clientes para realizar su trabajo. El cliente que deposita en ellos su confianza puede obtener curaciones y soluciones gracias al poder de su fe activado por la sugestión del profesional. Lo único moralmente rechazable en estas profesiones es la utilización del engaño y el abuso de la debilidad y confianza del paciente para sacarle sumas de dinero desproporcionadas, a veces a sabiendas de que esa suma causará un grave perjuicio a su economía. Eso no significa que estos profesionales no deban cobrar o deban cobrar sólo lo que se les quiera dar. Toda persona tiene derecho a cobrar por su trabajo y, al igual que cualquier médico o abogado, cada cual tiene derecho a valorar su tiempo de trabajo con el precio que le parezca. Sin embargo, aprovecharse de la fe o de la sugestionabilidad de una persona para hacerle creer que el profesional tiene poderes de los cuales depende su bienestar o, incluso, su vida, entra, evidentemente, en el campo del timo.
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